«Alguien se me acerca infeliz, desanimado, y se queja de que no consigue liberarse de un vicio que le atormenta. Lo ha intentado miles de veces, el pobre, y siempre sucumbe. Entonces yo le digo : «¡Magnífico, formidable! ¡Eso prueba que es usted muy fuerte!» Me mira asombrado y se pregunta si no me estoy burlando de él. Le sigo diciendo: «No, no me burlo de usted, lo que sucede es que usted no ve su poder. – Pero, ¿qué poder? Si siempre soy la víctima y sucumbo; eso prueba que soy muy débil. -No razona usted correctamente. Observe cómo han sucedido las cosas y comprenderá que no bromeo.

¿Quién ha formado este vicio?… Usted. Al principio no era mayor que una bola de nieve que podía caber en su mano. Pero al añadirle cada vez un poco más de nieve, empujando la bola y haciéndola rodar, ésta ha terminado por convertirse en una montaña que ahora le impide el paso. En su origen, el vicio del que se queja tampoco era más que un pensamiento pequeñito, pero usted lo sostuvo, lo alimentó, hizo que rodara como bola de nieve, y ahora se siente aplastado.

Pues bien, yo me maravillo de su fuerza, porque es usted quien ha formado este vicio, usted es su padre, y este hijo suyo se ha hecho tan fuerte que usted ya no puede dominarlo. ¿Por qué no se alegra?» – ¿Y cómo me voy a alegrar? – ¿Ha leído usted el libro de Gogol, «Taras Bulba»? – No. – Pues bien, se lo voy a contar. Brevemente, claro, porque el relato es largo.

Una breve historia sobre Taras Bulba

Taras Bulba era un viejo cosaco que había enviado a sus dos hijos a estudiar al seminario de Kiev en el que permanecieron durante tres años. Cuando volvieron a casa de su padre, se habían convertido en dos sólidos mocetones. Encantado de volverles a ver, Taras Bulba, para bromear y también para manifestar su ternura paternal (los cosacos, saben, ¡tienen formas muy suyas de manifestar su afecto!) empezó por darles unos porrazos.

Pero los hijos no se arredraron, sino que empezaron a responderle y acabaron tirando a su padre por los suelos. Cuando Taras Bulba se levantó, magullado, no estaba furioso en absoluto, sino que, al contrario, se sentía orgulloso de haber traído al mundo unos hijos tan forzudos

(Continúa…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Izvor 221, El Trabajo Alquímico o la Búsqueda de la Perfección
Cap. 1, Alquimia Espiritual