A diferencia de algunos profesores que se solazan en refugios remotos, o que se rodean a sí mismos con un aire de impenetrabilidad, Omraam Mikhaël Aïvanhov siempre era accesible a sus discípulos. Entregaba mercancías celestiales, y siempre estaba esperando que algunos de sus discípulos quisieran seriamente comprar en su tienda divina. Trabajaba duro en conseguir que al menos unos pocos individuos se comprometieran profundamente consigo mismos en el proceso espiritual, tal como él lo había hecho.

Un día hizo la siguiente comparación:

“Sí, mis queridos hermanos y hermanas, soy como Antonio Stradivari, quiero hacer violines; pero estos violines no están hechos con cualquier madera o barniz, porque quiero hacer violines en los cuales el Cielo pueda tocar – quiero hacer algunos hermanos y hermanas que sean capaces. De otra manera, estoy perdiendo mi tiempo. Todos tienen un objetivo en la vida, y mi objetivo no es atraer a cualquiera aquí, sino preparar algunos trabajadores para el Reino de Dios.».

No escatimaba esfuerzos en llevar a cabo esa transformación en sus discípulos. Su paciencia era aparentemente inagotable. Aunque su enseñanza estaba motivada por amor y compasión, era bastante capaz de reprender severamente a los discípulos vacilantes. Como explicaba:

 

“La tarea de un Maestro no es solamente manifestar mucho amor y ternura. También debe ser severo con sus discípulos, diciéndole ciertas verdades por su progreso y avance. ¡Es lamentable si lo que dice no satisface a los discípulos!

Si me preocupara de sus reacciones y sus opiniones sobre mí, no haría nada. Algunos de ustedes me han dicho que cuando les he mostrado sus debilidades, me han detestado. No me afecta en nada si soy detestado, porque tengo una piel bastante gruesa, pero si voy a ayudarles, estoy obligado a sacudirles.«.

 

Extracto de «The Mystery of Light» por Georg Feuerstein.
Capítulo 2. Omraam Mikhaël Aivanhov: Visionario, Maestro y Sanador