En una Escuela iniciática, trabajan para elevarse más rápidamente a las cimas desde donde verán el mundo como una unidad. Y es precisamente esto, la unidad coherente del mundo, lo que da sentido a todo lo que existe.

Aquí, en la Fraternidad, aprenden a sentir, a ver, a comprender, a tener el gusto de las cosas, es decir, a encontrar el sentido de la vida, que es más importante que todo lo demás. De ahora en adelante, traten de comprenderme y de ayudarme en mi trabajo para ustedes.

Todo está aún demasiado disperso en ustedes. Hay tablones, clavos, ladrillos, cemento, cristal, pero estos materiales todavía no forman un conjunto, el edificio no está construido todavía. Aún deben aprender cómo poner cada cosa en su sitio para edificar un palacio… o un templo.

En el mundo se contentan con darles materiales, y después, ¡que cada uno se las arregle como pueda! Y acumulan, amontonan cosas, pero son desgraciados porque ya no les queda sitio ni para el gozo, ni para la felicidad. ¡Demasiadas cosas dispersas! ¡Y a eso se le llama cultura y civilización!

Hay que hacer algo con todo eso que acumulan, pero no les explican cómo. Mientras que en una Escuela iniciática, sólo eso es lo que cuenta: hay que tener materiales, por descontado, ésta es la primera condición, pero lo esencial es saber cómo ajustarlos y según qué modelo.

De ahora en adelante, pueden ayudarme en mi trabajo comprendiendo lo que aquí hacemos... ¡Y dejen de compararme con las celebridades, con los sabios, con las grandes personalidades! Ellos les dan, desde luego, materiales y materiales, pero es algo muerto.

Mientras que aquí no se les da nada de todo eso, pero se les da la vida y, cada vez más, veo que se vuelven vivos, expresivos, activos, dinámicos, conscientes, decididos, orientados… Quizá algunos adelgacen, sí, ¡pero la vida aumenta! No es muy deseable que la materia aumente. Pero a veces está bien, cuando la materia aumenta y el espíritu también lo hace.

Omraam Mikhaël Aïvanhov

Obras Completas, vol. 6, La Armonía
Capítulo 10, El Centro Hara.