El Hermano Mikhaël dio su primera conferencia cinco meses después de su llegada a Francia, pues sus oyentes habituales le pidieron que diese conferencias públicas. Ante su insistencia, acabó aceptando. Siguió hablando una vez por semana en salas alquiladas. Algunas noches había gente hasta en los pasillos y hubo que buscar una sala más grande, que a su vez se hizo pequeña. Hasta el patio exterior se llenaba de gente que simplemente quería escuchar.

Sus charlas eran espontáneas, tratando los temas en la mente de su audiencia

No preparaba las conferencias de antemano, pero se preparaba a sí mismo mediante la meditación. Al entrar en la sala saludaba a su auditorio con la mano derecha como se hacía en la fraternidad de Bulgaria. Este saludo era para él un instrumento muy real, un gesto con el que proyectaba energías, colores, una radiación vivificante: «El saludo debe ser una verdadera comunión, debe ser poderoso, armonioso, vivo.»

Después de haber saludado se quedaba un momento en silencio. Como una antena, captaba los sentimientos y los problemas del auditorio, así como las preguntas que tenían en la cabeza; entonces abordaba los temas dándoles respuestas claras y prácticas.

Conferencias salpicadas con humor, anécdotas y risas

Después de la conferencia meditaban un buen rato, pero el ritmo de las reuniones estaba lleno de vida y de imprevistos, porque el Hermano Mikhaël no quería la rutina «que lleva al movimiento lento y a la muerte». Para distender y reavivar su atención, les contaba anécdotas. Como un narrador oriental, salpicaba sus conferencias de historias refrescantes, llenas de humor pero también de enseñanzas.

La profundidad tras su lenguaje cotidiano

Contrariamente a muchos conferencistas, se expresaba con sencillez, con palabras de todos los días.Tenía una manera especial de proyectar luz sobre el sentido de la vida, daba métodos prácticos y accesibles a todos para transformarse. Las imágenes que salpicaban su discurso eran tan evocadoras que alcanzaban a su auditorio en el corazón de sus preocupaciones, pero los intelectuales a menudo estaban desconcertados por el lenguaje tan sencillo que empleaba para hablar de los temas más elevados. Cuando les decía que «hasta los bebés podrían comprenderle» algunos se ofendían un poco, pero cuando perseveraban, descubrían progresivamente la profundidad de las ideas que animaban las palabras y las imágenes de todos los días.

Su accesibilidad para explicar

Al final de la conferencia, había tanta gente a la salida que el Hermano Mikhaël tardaba más de una hora en llegar al coche que le llevaba a casa. Incluso después de una larga sesión agotadora no intentaba escaparse de la multitud; al contrario, se tomaba su tiempo para responder a todas las preguntas con paciencia.

Su inteligencia era demasiado vasta para estar contenida, limitada y sujeta a unos conceptos que pertenecían parcialmente a una época determinada y que habían tomado inevitablemente el color de un espíritu particular. Instintivamente, a través de la meditación y de la contemplación, bebía en la verdadera fuente de todo conocimiento.

Louise-Marie Frenette,
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