Ustedes me dirán: «Bien, lo hemos comprendido: no es el placer lo que nos dará la felicidad; pero entonces, ¿qué es lo que nos la dará? » El trabajo. ¡ Oh! Ya sé lo que me dirán ahora: Que se les quiere privar de toda alegría, de toda satisfacción, que el trabajo es penoso, que no hacen más que trabajar y esto no les hace en modo alguno felices. Pues bien, eso prueba simplemente que no han comprendido aún lo que es el verdadero trabajo; de lo contrario, sabrían que es ahí donde encontraréis la felicidad.

El hecho de sustituir el placer por el trabajo equivale a sustituir una actividad ordinaria, egoísta, por una actividad más noble, más generosa, que engrandece nuestra conciencia y despierta en nosotros nuevas posibilidades. No se trata de privarnos del placer, sino simplemente de no ponerlo en primer término como objetivo de la existencia, ya que nos debilita, nos empobrece.

Buscar sólo el placer quema nuestras reservas

Quien busca el placer ante todo se comporta como una persona que, al hacer frío en invierno, utiliza para calentarse todos los objetos de madera de su casa: las puertas, las ventanas, las sillas, las camas, los armarios… Al cabo de cierto tiempo, ya no quedará nada.

Ocurre lo mismo con quien se deja guiar por el placer: todo lo vive, como emociones, sensaciones, y quema poco a poco sus reservas. Por consiguiente, quienes buscan a toda costa el placer deben saber ante todo lo que les espera: el empobrecimiento y la obcecación, el ofuscamiento de la conciencia, ya que no podrán conocer los tesoros del alma y del espíritu, sino solamente lo que ocurre en el estómago, en el vientre o incluso más abajo.

Trabajar para irradiar luz, calor y vida

En lugar de tomar el placer como objetivo de la existencia, hay que decirse: «¡Ah! Tengo que hacer de mi vida algo sensato, útil, grande», y sustituir así el placer por el trabajo, es decir, por un ideal. ¿Y cuál es este trabajo? El del sol. No he hallado nunca una actividad que supere a la del sol. Sin cesar nunca, ilumina, calienta, vivifica. He aquí un trabajo que los humanos no han tomado nunca en consideración; se han detenido en las apariencias.

Si el discípulo toma seriamente ese oficio del sol, no hay duda de que al principio lo desempeñará mal, con imperfecciones, pero un día empezará a brillar la luz, el calor, y la vida del sol.

Una alegría y realización incomparables

Cuando el discípulo ha emprendido este trabajo, todas las demás cosas lo tientan cada vez menos: esas pequeñas alegrías, esas pequeñas distracciones palidecen ante la grandiosa tarea de trabajar como el sol. Y siente entonces un placer, una alegría, un engrandecimiento incomparable.

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Izvor 231, Las semillas de la felicidad
Cp. 3, La felicidad está en el trabajo