En el plano material, es bueno contentarse con pequeñas cosas, ser agradecidos y dar las gracias por cada una de ellas; pero en el plano espiritual no hay que estar nunca satisfecho: hay que ser ambicioso, insaciable, aspirar al ideal más elevado, el más inaccesible : la perfección divina.

Hay que pedir todos los bienes celestiales. Sí, pídanlos al cien por cien… ¡para obtener al menos un uno por ciento! Y lo que han de pedir es la luz, que todo se haga luz en sus pensamientos, en sus sentimientos, en sus actos, en su cuerpo físico. La luz: esta palabra resume, condensa todos los bienes que pueda imaginarse, todo lo que hay de más puro, de más poderoso, de más bello, de más sublime… Dios mismo.

Nadar y purificarse en la Luz

Las primeras veces en que me encontré al Maestro Peter Deunov yo era muy joven. Un día le pregunté: «Maestro, ¿cuál es el mejor método para unirse a Dios durante las meditaciones ? » El me contestó: «El trabajo con la luz, pues la luz es la expresión del esplendor divino. Hay que concentrarse en la luz y trabajar con ella: sumergirse, regocijarse en ella. A través de la luz nos ponemos en relación con Dios.»

Por esto les digo también a ustedes: no hay mejor trabajo que el trabajo con la luz. La luz es como un océano de vida que palpita, que vibra; pueden sumergirse en ella para nadar, purificarse, beber, alimentarse… Es en el seno de la luz en donde gozarán de la plenitud.

La luz puede sentirse en los ojos y las expresiones de una persona

Hay otra frase del Maestro, más o menos de la misma época, que tampoco he olvidado. Le preguntaron: «¿Por qué signo se reconoce la evolución de una persona?» Y el Maestro respondió: «Por la intensidad de la luz que emana de ella.» Yo era muy joven entonces y no poseía aún esos criterios; por eso aquella respuesta me afectó tanto, que en ella fundé en seguida una gran parte de mi existencia. A lo largo de mi vida yo comprendí también que se podía juzgar a los seres por su luz.

Esta luz, ciertamente, no es físicamente visible, pero se la percibe en la mirada, en la expresión del rostro, en la armonía de los gestos. No depende ni de las facultades intelectuales ni de la educación, sino que es manifestación de la vida divina, y es esta luz la que debemos buscar sin saciarnos jamás de ella.

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Izvor 231, Las semillas de la felicidad
Cp. 5, Es la luz lo que da la felicidad