Cada vez que el espíritu entra en un cuerpo humano, es el misterio de la muerte del Cristo sobre la cruz que se repite en el universo. La materia es la cruz sobre la cual el espíritu no cesa de sacrificarse. Sí, la cruz que debe llevar el espíritu, es la materia. Cuando el espíritu entra en un cuerpo humano, debe llevar su cruz, la materia, que es la síntesis de los cuatro elementos. Para los alquimistas, esa cruz está representada por el crisol en el que efectúan todas sus operaciones. El espíritu tra‏baja en ese crisol que es el ser humano, con el fin de transformar su materia en oro.

Cuando el alquimista llega a conocer la na‏turaleza de los metales, las fórmulas de sus diferentes combi‏naciones y transmutaciones, se libera, sale de su prisión y viaja en el espacio. Para liberarse, hay que conocer su cruz, es decir, conocerse a sí mismo, los diferentes elementos de su propia materia. El «conócete a ti mismo» es otra versión de «lleva tu cruz».

Debemos estudiar todos los elementos que están en nuestra cruz, es decir en nuestro ser y, como Dios mismo trabajó con la cruz viviente, el Verbo, para crear el universo, debemos traba‏jar con esos elementos, combinarlos como las letras de un alfa‏beto para formar palabras, frases, poemas. Hay que ocuparse de la cruz viviente. No sirve de mucho una cruz alrededor del cuello o poner cruces en las iglesias y en los cementerios, mientras no se haya comprendido que el hombre es, él mismo, la cruz. El es la cruz y debe trabajar con esta cruz.

Se ha asociado la cruz con la muerte, con la nada, y es un error, pues en el momento en que el espíritu entra en ella, la cruz es el comienzo de la vida.

Lo que significa crucificarse

Cuando un Iniciado reza, se vuelve sucesivamente hacia cada uno de los cuatro puntos car‏dinales del universo; traza así una cruz para indicar que su es‏píritu va a emprender un trabajo sobre la materia. Cada uno de esos puntos está presidido por un Arcángel: al este Mikhaél, al oeste Gabriel, al norte Uriel y al sur Raphael. Ese rito de vol‏verse hacia los cuatro puntos cardinales antes de comenzar una plegaria, se ha perpetuado en la religión cristiana bajo la forma del «signo de la cruz».

Cuando, llevando su mano derecha su‏cesivamente a la frente, al plexo solar, al hombro izquierdo y al hombro derecho, dice: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén», el cristiano entra en contacto con los cuatro puntos del espacio, la materia sobre la cual debe trabajar con su pensamiento, con su amor.

La Rosa-Cruz es el símbolo del ser humano perfecto

El símbolo de los Rosa-Cruces es una rosa roja en el centro de una cruz. Esta rosa representa el corazón, el chakra del co‏razón perfectamente desarrollado en el hombre considerado como la cruz sublimada. Este chakra, el hombre lo desarrolla por el amor, cuyo color y perfume son los de la rosa. La Rosa- Cruz es, por tanto, el símbolo del Iniciado quien, gracias al tra‏bajo que ha realizado sobre sí mismo, ha conseguido desarro‏llar en él el amor del Cristo, el amor divino, el amor que vivifi‏ca y transforma la materia.

Ser un adepto de la Rosa-Cruz sig‏nifica conocer todos los secretos vinculados a la cruz, y tam‏bién todos los de la rosa abierta en el centro de la cruz. La rosa en la cruz representa al ser perfecto que tiene no sólo el cono‏cimiento de todos los elementos que lo constituyen y de sus relaciones con el cosmos, sino que también es capaz de hacer brotar y manar el amor del Cristo. El que marcha sobre ese ca‏mino crístico llega a ser un Rosa-Cruz, incluso si no está ins‏crito en los registros de esta sociedad. La rosa en el centro de la cruz es pues el hombre perfecto que ha desarrollado el chakra del corazón.

Se puede hacer una comparación entre el símbolo de la ro‏sa-cruz y el de la copa del Grial, el vaso de esmeralda que con‏tiene la sangre de Cristo. Sí, la copa que debe llenarse con esa quintaesencia divina, la sangre de Cristo, es el ser humano que, gracias a su trabajo de purificación, permite a la sangre de Cristo depositarse en él. Y él es también la cruz, porque la cruz, como la copa, es siempre el hombre, y es sobre esa cruz que debe abrirse la rosa: la vida y el amor de Cristo.

Sévres, 16 de Abril de 1960

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Obras Completas, vol. 32, Los Frutos del Arbol de la Vida: La Tradición Cabalística
Cap. 6 La Caída del hombre y su Renacimiento