La cuestión del bien y del mal es extremadamente compleja y muy pocas personas conocen las relaciones que existen entre ambos. En realidad, sólo existe una Fraternidad blanca de grandes Espíritus, y todos aquellos a quienes se llama diablos, espíritus malignos, son obreros que cumplen la voluntad de esta gran Fraternidad. Todos aquellos que descienden junto a los hombres para probarles, tentarles, hacerles sufrir, no son más que empleados, funcionarios, que están ahí para darles lecciones, para hacerles evolucionar.
Una cuestión se plantea ahora. No era un hombre ordinario, sino Jesús, a quien el Espíritu condujo al desierto para que fuese tentado ¿Por qué? ¿Por qué envió al diablo para tentarle? Esto parece en contradicción con lo que piensan muchos religiosos, que creen que Jesús era Dios mismo. Si Jesús era Dios mismo, ¿por qué debía ser tentado? ¿Acaso no le conocía ya el mundo invisible? Éste no parecía estar muy al comente, puesto que quería saber si Jesús serla fuerte ante las tentaciones, o si sucumbiría.

En realidad, el mundo invisible sabe perfectamente todo lo que nos concierne: nuestro poder, nuestra paciencia nuestra resistencia, nuestra sabiduría, porque conoce las calidades de la materia con la que estamos construidos, exactamente como los físicos conocen las propiedades de los metales: su peso, su densidad, su temperatura de fusión, etc. Algunos metales pueden resistir una temperatura elevada y otros no. Lo mismo sucede con los hombres. Todos nosotros estamos hechos de una materia especial, y el mundo invisible sabe muy bien si podremos resistir las diversas tentaciones de la vida. No necesita ponernos a prueba para saberlo. Pero somos nosotros los que tenemos necesidad de conocer nuestro poder, nuestra fidelidad, nuestra bondad, o bien nuestra debilidad, nuestra maldad. Si nos ponen a prueba, es para nosotros mismos.

(Continúa…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov
París, 28 de enero de 1939

Obras Completas Vol. 4, La semilla de mostaza
Cap. 6, «Las tres grandes tentaciones».