El pueblo medieval de Ternovo, Bulgaria

Poco tiempo tras el encuentro entre Alexander y Mikhaël, a los dos jóvenes se les confió una casa de campo vacía cerca de Ternovo, que pertenecía a un familiar de Mikhaël.  Rodeada de árboles, la casa estaba en medio de viñedos no muy lejos del pueblo. Al entrar a la casa, una de las primeras cosas que hicieron fue abrir las ventanas, pero en uno de los cuartos encontraron el espacio entre la ventana y el marco, lleno de panales, y un enjambre de abejas trabajando.

Fascinados por el espectáculo, observaron por un largo tiempo, y estuvieron de acuerdo en no molestarlas. Desde entonces, Mikhaël vivió en ese cuarto pues aunque tenía un panal, podía observar las distintas fases de la vida comunitaria de las abejas. El perfume delicioso, potente, que llenaba la habitación, le ayudaba a meditar. Incluso después, tenía un afecto especial por esas pequeñas criaturas, que «nos dan un ejemplo magnífico de una forma avanzada de sociedad».

Este retiro de dos años en Ternovo fue una importante fase en la vida de Mikhaël. Leyó y meditó a la satisfacción de su corazón, a menudo en la madrugada. Sin miedo de ser interrumpido, y con el intenso perfume producido por las abejas para ayudarle, fue libre de multiplicar sus experiencias extracorporales y de explorar el espacio – como llamaba a las regiones por las que viajaba en su cuerpo astral. Su único deseo era entender la estructura del universo y ver cómo sus diferentes elementos se unían.

Extremadamente audaz, con muy poco cuidado por su vida, tuvo éxito en alcanzar las más elevadas esferas del mundo invisible. Como diría más tarde, exploró «los mundos más elevados de las ideas y arquetipos, las leyes y principios que gobiernan la creación. Año tras año trabajé con sólo una idea en mente: contemplar y comprender la estructura del universo. Por años, es lo único que me interesó.»

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«Pasé días y noches fuera de mi cuerpo, luchando por tener una visión clara de esa estructura, de los vínculos que unen todos los elementos disímiles. Sabía que todo lo demás carecía de importancia. Lo único que importaba era ver la estructura total.».

En un punto comenzó a concentrarse en el pasado remoto de la humanidad. Ir millones de años hacia el pasado fue una experiencia aterradora, pues se encontró frente a «nada». Tras muchos otros experimentos, intentó proyectarse a sí mismo miles de millones de años en el futuro, y nuevamente quedó lleno de espanto.

Cuando más tarde habló de su segundo experimento, no explicó las razones de su miedo. Simplemente concluyó diciendo que la eternidad no es una realidad temporal, es un estado mental, y que todos tenemos el potencial de cambiar mucho de nuestro presente concentrándonos en el futuro; que a través de la concentración, «pueden tocar un centro nervioso de la eternidad que es capaz de borrar todo lo que existe.».

 

(Continuará…)

Louise-Marie Frenette,

Extracto de The Life of a Master in the West  (Amazon, click en ‘look inside’)
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