Algún tiempo después de su llegada a Sofía, Peter Deunov hace pasar a Mikhaël una prueba especial que impone a veces a los hermanos y hermanas más valientes. Le aconseja que parta solo para hacer la escalada del Moussala en una noche negra, sin ningún medio para alumbrarse.

«Esta experiencia te hará comprender muchas cosas, le dice.» En una noche sin luna, Mikhaél se pone en camino. Las tinieblas espesas y la naturaleza del silencio crean una atmósfera espantosa en el bosque por el que debe andar a tientas esperando seguir en la buena dirección. Consciente del peligro que representan los jabalíes, los osos y los lobos, piensa sin cesar en el barranco que bordea el sendero y en el que puede caer al menor paso en falso.

Súbitamente, tiene la convicción de que se ha apartado del trazado del camino. Con el angustioso sentimiento de su vulnerabilidad y de su aislamiento se para y se pone a rezar.

«Os aseguro que en tales momentos se reza con fervor; sentí que nunca había rezado así. Unos instantes después vi una luz que iluminaba el camino ante mí unos dos metros. Ahora caminaba en la claridad y lleno de gozo. Cantaba y sentía que algo se movía en mí como si estuviese traspasado por corrientes nuevas…»»

Después de unas horas de subida oye unos ladridos sonoros. Se para. ¿Cómo podría defenderse contra perros furiosos con un bastón? Volver atrás podría provocar a los animales a lanzarse sobre él. Inmóvil, escucha cómo se acercan, piensa en la luz y en todos los poderes del mundo invisible. Pero Mikhaél es un ser que no permanece nunca durante mucho tiempo en la indecisión o el miedo. Se dice: «¡Lo que tenga que suceder sucederá!» y avanza rápidamente en dirección a los ladridos que se hacen cada vez más feroces. Después todo sucede muy rápidamente.

Divisa dos bestias enormes, de la talla de pequeños asnos, que se precipitan sobre él. Concentra su voluntad, junta sus fuerzas y lanza su mano hacia adelante con una energía tremenda, apuntando el índice y el mayor en dirección a los perros. Al instante siente una descarga eléctrica que sale de todo su ser. Después percibe a su alrededor unas presencias invisibles. Los perros, proyectados lejos por una fuerza inmensa, ladran angustiosamente y se quedan acostados en donde han caído, con los ojos fijos en el suelo.

Mikhaél toma aliento, y después les habla con una voz tranquila. Cuando está seguro de que ya no tratarán de atacarle se deja llevar por una alegría sin límites y da gracias al cielo desde el fondo de su corazón. Pero súbitamente se siente agotado, como si todas sus fuerzas hubieran salido de él por la mano derecha. Pasado un rato se vuelve a poner penosamente en marcha para detenerse unos minutos más tarde, incapaz de continuar.

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Se sienta sobre una gran piedra y pronuncia en voz alta palabras de gratitud destinadas a tas criaturas invisibles cuya presencia ha sentido que le han acompañado y protegido. Finalmente, sigue lentamente la ascensión, sale del bosque y remonta las grandes piedras. En el momento preciso en que sale el sol alcanza la cima, y allí, en el punto más elevado del país, con las innumerables cumbres a su alrededor, da gracias a Dios con toda su alma: «Esta experiencia me hizo comprender que un gran número de sufrimientos y de pruebas nos son enviados por el mundo invisible para obligarnos a contar con las fuerzas espirituales que hay en nosotros.»

Louise-Marie Frenette,
Extracto from The Life of a Master in the West  (En Amazon, hacer click en ‘look inside’)
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