«La oración que Jesús nos dio, el Padrenuestro, se puede comparar e incluso uno puede decir que sobrepasa a la Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto, el más perfecto monumento que inteligencia alguna ha entregado a la humanidad. En efecto, el Padrenuestro es una variación de la Tabla Esmeralda.”

Aquí hay una interpretación única de esta magnífica oración, de una conferencia dada por el Maestro en el Bonfin, en 1962:

«Padre nuestro que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre
Venga tu reino
Hágase tu voluntad
Así en la tierra como en el cielo.

Dános hoy el pan de cada día,
y perdona nuestras deudas,
así como nosotros perdonamos a quien nos debe.

No nos dejes caer en tentación
y líbranos del mal.

Porque el reino y el poder y la gloria
Son tuyos por siempre»

Durante su ministerio, Jesús le enseñó a sus discípulos una oración que ha sido recitada por cristianos en todas partes desde entonces, y que conocemos como el Padrenuestro.

Contenida en esta oración, está una ciencia muy antigua, transmitida por una tradición que ha existido mucho antes que el tiempo de Jesús. Pero está expresada de una forma tan condensada, encapsulada, en el Padrenuestro, que no es fácil ver la profundidad completa de su significado.

Jesús vino a reemplazar el miedo por el amor. En vez de temer a ese Dios terrible, ahora podemos amarle y acercarnos a él como un niño a su padre. Esta era la novedad de la enseñanza de Jesús: podemos amar a Dios con tierna devoción, pues él es nuestro padre, todos somos sus hijos e hijas.

«Padre nuestro que estás en el cielo» – Sí, y si nuestro padre está en el Cielo, entonces podemos estar seguros que nosotros también alcanzaremos el Cielo: un día el padre y sus hijos estarán juntos. Hay una esperanza maravillosa en esas palabras – la esperanza de un glorioso futuro. Dios nos ha creado a su propia imagen; somos sus herederos, nos dará reinos, nos confiará la organización de planetas, nos dará todo.

«Santificado sea tu nombre» – Dios tiene un nombre que debemos conocer antes de bendecirlo o santificarlo. Los cristianos no están acostumbrados a llamar a Dios por su nombre, sólo le llaman «Dios», pero Jesús era heredero de una antigua tradición, y sabía que Dios tenía un nombre misterioso, desconocido.

Debemos bendecir y santificar el nombre de Dios bajo la luz más pura del espíritu. Un nombre representa, resume o contiene la entidad que designa, por lo que si está infundida y penetrada con la santidad de la luz cuando decimos el nombre de Dios, tenemos el poder de traerlo a nuestro interior, y en todo lo que nos rodea, para santificar todos los objetos y las criaturas vivientes.

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No basta con ir a la iglesia y repetir: «Santificado sea tu nombre», debemos santificar su nombre real y verdaderamente dentro de nosotros mismos.

Si hacemos esto, conoceremos la alegría extraordinaria que viene de tener el poder de iluminar todo lo que toquemos, lo que comamos, lo que miremos.

«Venga tu reino» – De esto vemos que el Reino de Dios existe, y que tiene sus propias leyes y su propia organizacion armoniosa. ¡Imaginar como es, está totalmente más allá de nosotros! Pero sí parecemos conseguir un vistazo efímero de eso, de vez en cuando, en nuestros momentos más espirituales. No tiene sentido recurrir a nuestra experiencia de reinos terrenos, con todo su desorden, conflictos y locura, para guiar nuestra imaginación.

Es posible establecer el Reino de Dios en la tierra; hay un cuerpo completo de enseñanzas y métodos para llevarlo a cabo. El problema es que si lo hemos estado pidiendo por los últimos 2 mil años, y aún no ha venido, porque la mayoría de las personas sabe muy poco sobre cómo hacerlo venir.

Con esta segunda petición, «Venga tu reino», nos hemos desplazado desde el reino de la mente y el espíritu, a aquel del corazón.

 

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El nombre de Dios debe ser santificado en nuestra mente, pero su Reino debe venir en nuestro corazon, pues el Reino de Dios no es un lugar, sino una disposición o actitud, que refleja todo lo que es bueno, generoso y desinteresado.

Dos mil años atrás Jesús dijo que el Reino de Dios estaba a nuestro alcance: esto era cierto para algunos, pero no para aquellos que esperan que venga desde lo externo y no hacen nada respecto a su realidad interior.

«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.». – Toda la Ciencia Iniciática está resumida en esas pocas palabras. Es por eso que Jesús nos dio esta oración, para que aprendamos a ajustar nuestra propia voluntad a la voluntad de Dios.

La tarea del mundo material es sintonizar sus vibraciones e incluso sus formas físicas a las del cielo, volverlas conformes a las cualidades y virtudes del cielo para que manifiesten aquí, en la tierra, el esplendor que existe en lo alto.

Él dice «»Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.». Todo ya es perfecto en el cielo, es aquí, en la tierra, que aún hay mucho por hacer. Así que hemos venido a la tierra, consciente y deliberadamente, y debemos estar listos para arriesgarnos e involucrarnos con las cosas materiales, para espiritualizar la materia.

Esta es la única manera de conquistar el mundo material y traerlo a la vida, la vida del Espíritu, pues la vida del Espíritu aún debe manifestarse en la tierra, tan perfectamente como lo hace en el Cielo.

 

(Continuará…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov, de una conferencia dada en el Bonfin en 1962.
Izvor 215,  El verdadero significado de la enseñanza de Cristo