El amor tiene un rol extremadamente importante en la obtención de la luz interior: para llegar a poseer esta luz, hay que comprender el amor correctamente. Cuando comprenden el amor, cuando saben cómo manifestarlo, cómo dejarlo fluir a través vuestro, entonces irradian luz. Dirán que no ven la relación… Pues bien, se las voy a mostrar. Ustedes saben cómo encendían el fuego los primitivos: tomaban, por ejemplo, dos pedazos de madera y los frotaban entre sí; este frotamiento producía calor, y después aparecía el fuego.

Hay, pues, tres etapas: movimiento, calor y luz. Si interpretamos este fenómeno, encontraremos que el movimiento corresponde a la actividad producida por la voluntad; el calor corresponde al sentimiento producido por el corazón; y el fuego, la luz, corresponde al pensamiento producido por el intelecto. Simbólicamente, se puede decir que en el campo del amor, los humanos sólo manifiestan movimiento. Naturalmente, este movimiento produce calor, pero deben superar este estado simplemente sensitivo para ir más lejos, hasta la luz, la comprensión, a fin de penetrar en los misterios del universo.

El amor puede llevarles a ello, siempre que dejen de considerarlo exclusivamente como una efervescencia agradable. Existe una ciencia que enseña al discípulo cómo producir la luz, pero, para conseguirlo, no debe buscar únicamente el placer, porque el placer absorbe todas sus energías e impide que fluya la luz.

 

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Cuando nos reunimos y meditamos en silencio, dejen de lado todas vuestras preocupaciones y concéntrense en la luz como si vuestra vida dependiese de ella. Piensen, por ejemplo, que éste es vuestro último momento, que van a tener que dejar la tierra y que sólo la luz puede salvarles: y se conectan con ella. La luz… es lo único que debería importarles. Este es el ejercicio más maravilloso que existe.

Pueden imaginar esta luz blanca, incandescente, y entonces pueden decir con los Iniciados: «Soy una partícula de las partículas del Alma incandescente…» Pueden imaginarla violeta, azul, verde, amarilla, naranja o roja. Pero es preferible que sea blanca, porque la luz blanca resume y reúne a todas las demás. Gracias a esta luz blanca pueden tener la omnipotencia del violeta, la paz y la verdad del azul, la riqueza y el eterno rejuvenecimiento del verde, la sabiduría y el conocimiento del amarillo, la salud, el vigor y la vitalidad del naranja, la fuerza, la actividad y el dinamismo del rojo.

Pero primeramente que sea blanca. Cuando hayan llegado a concentrarse en la luz, cuando la sientan como un océano que vibra, que palpita, que se estremece, en el que todo es paz, felicidad y gozo, entonces empezarán a sentir también que esta luz es un perfume y una música, esa música cósmica llamada la música de las esferas, el canto de todo lo que existe en el universo.»

(Concluirá…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov,
Izvor 212, La luz, espíritu vivo