“No hay un trabajo más valioso, más glorioso o más potente, que trabajar con la luz. Las personas deben aprender a trabajar con la luz, sólo con la luz, y aprender a proyectar esa luz que por sí sola nos permite ver. ¿Pero qué significa esto?

La luz es la pri­mera emanación divina, contiene todas las cualida­des, todas las virtudes de Dios, y sólo podemos conocer a Dios a través de la luz. Nunca encontrarán el sentido de la vida al margen de la luz. Tomemos un ejemplo muy sen­cillo de la vida cotidiana: cuando se despiertan durante la noche y quieren levantarse, lo primero que hacen es encender una lámpara. En cuanto ven claro, pueden hacer lo que quieran, mientras que en la oscuridad pueden derribar objetos y herirse. Sí, pero la mayoría de los humanos no han com­prendido esta enseñanza de la luz y lo hacen todo en las tinieblas, simbólicamente hablando; no saben dónde están, y por eso se rompen la crisma.

Hay que buscar la luz, concentrarse en ella, bebería, comerla, ponerla por encima de todos los tesoros de la tierra.

Ahora déjenme darles un ejercicio para realizar todos los días, varias veces al día: tan pronto como tienen algunos minutos libres, concentren vuestro pensamiento en la luz, descansen en luz, fúndanse con la luz, empápense de luz, e imaginen al universo entero bañado en esa luz. Poco a poco, mientras hagan esto, encontrarán que todos los elementos de vuestro ser comienzan a encajar en su lugar, pues es la luz la que les trae verdadero conocimiento, paz duradera, equilibrio y poder interior. En vez de pasar el tiempo en diversiones triviales, úsenlo en pensar sobre la luz que ilumina y les da vida y paz.

En cuanto tengan un instante libre, cierren los ojos y concéntrense en esta imagen de la luz que lo penetra todo y que aporta todas las bendiciones. ¿Deben esperar en la consulta del den­tista o en la estación del tren? Pues bien, en vez de hojear revistas atiborradas de cosas inútiles o estúpidas, piensen unos minutos en la luz.

Cuando anden por la calle, eviden­temente no pueden parar y cerrar los ojos, pero nada les impide quedarse un momento delante de un escaparate o una vitrina de una tienda, como si lo miraran y allí, mientras nadie les vea desde adentro, concéntrense unos segundos, tratando de introducir la luz en ustedes. Tras unos momentos, vuelvan a andar, ali­viados y purificados.”

 

(Continuará…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov,
Izvor book 212, La luz, espíritu vivo