«La mayoría de los seres humanos desconocen como trabajar con la luz; andarán una hora, dos horas arrastrando innumerables problemas, pero seguirán en este estado durante todo el día. Ni siquiera se les ocurrirá la idea de detenerse en un parque para tratar de cambiar su estado de espíritu mediante el contacto con los árboles, las flores, las fuentes… Se irán, más bien, a una taberna, en donde beberán algo mirando a los transeúntes, y después se marcharán — siempre con sus problemas —, y cuando vuelvan a su casa, los transmitirán a su mujer, que les espera: « ¿ Qué tal querida ? » Y entonces le da un beso con el que va a comunicarle todas sus oscuridades. Y la mujer las comunicará, a continuación, a los hijos… Así es como los humanos viven en la inconsciencia.

Incluso hablándoles así, no estoy seguro de que se animen a concentrarse en la luz, de que vean cómo puede trabajar sobre ustedes para modelarles, purificarles, vivificarles, resucitarles.  Este ejercicio que acabo de darles es válido en todas las circunstancias de la vida: tanto si cocinan como si escriben cartas, se lavan, se visten o se desvisten, pueden, durante unos segundos, imaginar esta luz en la cual se baña el universo entero. Algunos clarividentes la han visto; han visto que todas las criaturas, todos los objetos, incluso las piedras, se bañan en la luz y emanan luz. Esta luz ha sido llamada primeramente luz astral, porque es comparable a la luz de las estrellas.

Pero, por encima de esta luz existe otra, aún más sutil. Cuando meditan o se encuentran en un estado de elevada espiritualidad, han podido, a veces, sentir que todo en ustedes se vuelve luminoso como si un sol les iluminase desde el interior, como si hubiese lámparas encendidas, y sienten, incluso, que esta luz irradia a través de vuestro rostro.

En cuanto se elevan hacia los grados superiores de la bondad, de la generosidad, de la dulzura, de la pureza, surge la luz en ustedes, la ven, y entonces todo se ilumina. Mientras que si se dejan llevar por sentimientos de celos, de egoísmo, de codicia, ni siquiera es necesario que se miren en un espejo para darse cuenta: sienten físicamente la oscuridad en vuestro rostro.

Ahora bien, no hay que generalizar. Cuando ven una sombra en el rostro de alguien, no deben imaginarse que está necesariamente animada por malos sentimientos o malas intenciones. No, si no tienen otros conocimientos para juzgar, se pueden equivocar: puede ocurrir que otro ser esté proyectando una sombra en el rostro de esta persona; no es ella la que está en la oscuridad, sino que puede tratarse de una nube pasajera o de un objeto que proyecta su sombra. Y, a veces, si su rostro brilla, puede ser debido a que alguien está jugando con los espejos, y que éstos proyecten un destello sobre su rostro. No es la persona en sí la que ha sabido crear esta luz: vino una entidad a divertirse unos momentos con ella y, cuando aquella se va, la luz desaparece.

Para discernir el rostro de alguien, hay que ser capaz de ver más allá de las apariencias. Pero, de todos modos, tomen como criterio lo siguiente: según sean sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, sus proyectos, sus intenciones, así será la luz en ustedes.»
(Continuará…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov,
Izvor 212, La luz, espíritu vivo