Se diría que cuanto más se explica a los humanos la cuestión del amor desde un punto de vista iniciático, menos claro lo tienen. ¿Por qué? Porque desde hace miles de años han repetido las mismas prácticas, los mismos comportamientos.

No llegan a concebir que la naturaleza, después de haber dado a las criaturas ciertos comportamientos durante un período, quiera, a continuación, apartarles de los mismos, para llevarles a descubrir, en este campo, otras manifestaciones, superiores, más bellas, más espirituales.

Cuando se les habla de este tipo de concepción del amor, responden que si no pueden satisfacer sus necesidades morirán, ¡porque es eso lo que les hace vivir! Sí, claro, eso hace vivir a las raíces, pero las flores se mueren arriba. Todo depende, pues, de la persona y de su grado de evolución.

Los humanos están hechos para evolucionar en todos los campos, ¿por qué, pues, no evolucionarían también en el campo del amor? Y, precisamente, este grado superior, esta evolución, consiste en sublimar la energía sexual, en dirigirla hacia lo alto, hacia la cabeza, para alimentar al cerebro y volverle capaz de las más extraordinarias creaciones.

El amor es una fuerza divina que viene de arriba y, por tanto, hay que considerarla con respeto, preservarla, e incluso pensar en hacerla volver hacia el Cielo, en vez de enviarla hacia el infierno en donde es tomada y utilizada por los monstruos, las larvas y los elementales.

Mientras que los seres humanos no conozcan los medios para utilizar estas energías para trabajos espirituales gigantescos, continuarán despilfarrándolas, y por eso se empobrecen y embrutecen. Todo el mundo sabe que la energía sexual sigue una cierta dirección. Pero muy pocos son conscientes de que puede ser orientada en otra dirección y están decididos a hacer esta experiencia.

La energía sexual es experimentada por la mayoría de la gente como una tensión terrible de la que tienen necesidad de liberarse. Y se liberan de ella sin saber que pierden algo muy precioso, una quintaesencia que es quemada estúpidamente sólo en el placer, cuando hubiera podido ser utilizada para una verdadera regeneración de todo su ser.

Hay que considerar al ser humano como un edificio de cincuenta o cien pisos; comprenderemos, entonces, que se necesita una gran presión, una gran tensión, para hacer subir el agua hasta lo más alto de la casa, a fin de que los habitantes de arriba puedan tener agua para lavarse, beber, regar las plantas, etc. Sin esta tensión el agua no subirá hasta arriba.

Si supiesen lo que es esta tensión, si supiesen utilizarla, los humanos conseguirían alimentar y saciar las células de su cerebro, porque esta energía puede subir hasta él a través de unos canales que la naturaleza inteligente ha preparado especialmente para este fin.

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Izvor 221, El Trabajo Alquímico o la Búsqueda de la Perfección
Capítulo 13, La sublimación de la energía sexual