¿Qué es el destino? Es un encadenamiento implacable de causas y efectos al cual está sometida la vida animal, biológica, instintiva. ¿Cuál sería el destino, por ejemplo, de una gallina? Está no podrá convertirse en reina, ni en poetisa, ni en músico, ya que está predestinada a la olla. El destino de la gallina está en la olla. De este modo todas las criaturas tienen su propio destino. El destino del lobo, por ejemplo, es el de ser cazado, capturado, masacrado o bien transportado a un parque zoológico. El destino de un buey es el yugo para tirar del carro, el pobre, hasta el final de sus días; o bien ser troceado en cualquier carnicería. El buey no puede cambiar su destino, ni los demás animales tampoco. También las cabras y las palomas tienen su destino, que se corresponde completamente con su actividad y con los elementos de que están formados. ¡Y los seres humanos no son distintos!

Para poder escapar al destino hay que dejar de ser esclavos, débiles y serviles para con esta vida inferior, en la que nada depende de ustedes; respirar, procrear, comer, beber y dormir. Es una vida que todavía está lejos de ser divina. Es divina en la medida en que viene de Dios, puesto que todo viene de El, pero en el sentido espiritual todavía no es una vida divina.

La vida divina empieza cuando el ser humano se da cuenta de que él no solamente es un estómago, un vientre, un sexo, un ser hecho de carne y huesos, de músculos, sino también un espíritu, y que empieza como tal espíritu a querer actuar, a crear obras grandiosas, luminosas y sublimes. En ese momento, sí, escapa a su destino.

Si nos identificamos con el cuerpo físico, nuestro destino será el de enfermar, morir, ser transportado a un cementerio y pudrirnos. Ese destino está ya fijado en el momento en que nacemos, y no podemos escapar a él. La vida espiritual nos ofrece la posibilidad de añadir algo a esta vida vegetativa e instintiva del cuerpo físico, y entrar de esa manera en un plano superior, más allá del alcance del destino.

Para ello es necesario que el espíritu empiece a manifestarse, a trabajar dejando su firma, su huella, su sello sobre todas las cosas, que intervenga en los actos de ustedes y los dirija. Así se apartarán de su destino para entrar en el mundo de la Providencia. Todos los cuerpos están predestinados a convertirse en polvo… los cuerpos, sí, pero no el espíritu; el espíritu no tiene destino, está regido por las leyes de la Providencia.

Y ahora, ¿cómo llegar hasta la Providencia? Ante todo debemos saber que entre esas dos regiones, la del destino y la de la Providencia, se encuentra la libre voluntad, y que el problema para el discípulo consiste en conseguir liberar su voluntad de forma que pueda moverse, actuar y trabajar en el mundo del espíritu. En ese momento entrará bajo la influencia de la Providencia y se presentarán ante él infinitos caminos y elecciones. Podrá elegir todo lo que quiera, su elección será siempre maravillosa.

Mientras que en el mundo del destino no hay elección, sólo queda un camino: la destrucción, la desaparición. Quienes no poseen la luz de la Ciencia Iniciática viven sumergidos en su destino, e incesantemente son empujados, oprimidos, atormentados. El mundo del destino es implacable. Cuando el ser humano se somete a él, aunque sea un emperador o un rey, por ser ese destino inflexible, se cumple, y ya tenemos su cabeza cayendo bajo la guillotina. Es muy difícil escapar al destino, porque durante numerosas encarnaciones anteriores no hemos trabajado más que para creamos un karma muy pesado. Sin embargo, las leyes de causa y efecto son absolutas, y el destino, que no es consciente ni siente ninguna piedad, se aplica tan infaliblemente como cualquier ley física; golpean un vidrio y salta en pedazos. Son leyes fieles y verídicas. Eso es el destino.

Omraam Mikhaël Aïvanhov,
Izvor 202, El hombre a la conquista de su destino
Obras Completas, vol. 12, Las leyes de la moral cósmica