– Una oración a Isis por ayuda

Una vez que cruzaba el fuego, el neófito debía cruzar una piscina llena de agua oscura y maloliente. Debía desnudarse, doblar sus ropas, ponerlas sobre su cabeza y cruzar la piscina guiado por la lámpara sostenida alto sobre su cabeza. Al otro lado del agua, llegaba a una plataforma, y trepando a esta plataforma, veía ante sí una puerta de marfil ricamente tallado, que intentaría abrir en vano. Repentinamente, notaría dos anillos de metal brillando en la semipenumbra, pero al momento de tomarlos, el suelo donde se encontraba cedía repentinamente bajo sus pies, y se encontraba colgando sobre un pozo sin fondo, temblando con el impacto de un viento gélido.

¿Cuánto podría durar su caída? ¿Tendría la fortaleza para mantener sus manos sobre los anillos, con ese frío? Sin aviso, se encontraba de nuevo sobre suelo firme.

 

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Una gran puerta se abría ante él, y, helado hasta los huesos, y exhausto por sus pruebas (pruebas de fuego, agua, tierra y aire), entraba a un vasto salón, donde dos filas de sacerdotes en vestimentas suntuosas le esperaban para darle la bienvenida. En la cabeza llevaban el símbolo de Osiris (el ojo dentro de un triángulo), y el neófito podía ver, por su actitud, que estaban satisfechos por la forma en que había enfrentado las pruebas.

Entonces uno de los sacerdotes le llevaba ante las estatuas de Isis, Osiris y Horus, y le decía que se arrodillara y recitara una oración a Isis, pidiéndole a la diosa que le diera éxito en las pruebas que aún quedaban ante él – ¡porque no habían terminado!

 

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El neófito entonces se acercaba aún a otra puerta, y golpeando, escuchaba una voz que causaba terror en su corazón. “¿Qué quieres?” decía la voz. Y él respondía: “Soy un pecador. He cometido muchos crímenes, y ahora quiero expiar mis crímenes y purificarme.”. Tras estas palabras, la puerta se abría y, al entrar, se encontraba ante la presencia de tres sacerdotes sentados a manera de jueces.

El sacerdote en el centro llevaba una cadena de oro, desde la que colgaba un enorme zafiro donde estaba grabada la figura de una mujer desnuda, mirando a su reflejo en un espejo. Este era el símbolo de la conciencia del neófito, mientra se examinaba a sí mismo y pesaba sus méritos, y el neófito comenzaba a dar un recuento detallado de todo lo que había hecho durante su vida, todas sus acciones, tanto buenas como malas. Los jueces eran iniciados quienes, además de tener habilidad en frenología y fisiognomía, también eran clarividentes. No tenían dificultad en discernir si les decía o no la verdad, y si se daban cuenta que era sincero, era aceptado.

 

(Continuará…)

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Obras Completas, Vol. 30. Vida y Trabajo en la Escuela Divina.
Capítulo 8, El significado de la Iniciación.